La parada del jilguero
Crónica de una Semana Santa
Leganés, 12 de Abril de 2015. Raúl de Miguel Pastor
Hacia muchas migraciones que no pasaba por este pueblo. En mi batir anual en busca de mis raíces, me gustaba volver a este sitio que vio dar mis primeros aleteos.
Al volver estos días de recogimiento, me gustó seguir el surco que
deja el Sequillo desde el aire, con una línea dibujada por juncos y
todas sus riberas pintadas de un verde tan vivo como la vida misma.
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Me sorprendió, al acercarme a ese montón de tejadillos que es este pueblo, como habían crecido chimeneas nuevas, las cuales dejaban escapar un delicado humo que envuelve la atmósfera con olores del pasado. Y al echar un vistazo hacia abajo, me sorprendió más aun que las eras estaban invadidas otra vez de niños jugando a la pelota y tarteras en el suelo llenas de rosquillos de palo, imposibles de digerir con el gaznate seco.
Estos niños se nota que son generaciones de este nuevo siglo, puesto que, desenfrenados en una dulce vorágine, rebuscaban entre las malas hierbas para encontrar hermosos tesoros en forma de huevos de chocolate de mil colores brillantes.
Y mientras la chiquillería se divierte conociendo las sorpresas diarias de la niñez, hombres envueltos en capas negras, con semblante serio, caminan meditando entre dulzainas y carracas y rompiendo el silencio de la tarde mientras acompañan figuras de rostro sombrío.
Mis amigas las cigüeñas los miran desde su hogar de los cielos y me dicen que creen ver un destello de esperanza en los ojos de esta gente. Y, al mirarlos otra vez, veo que esas capas son solo tela, que esconden vestimentas más alegres. Alegres como el espíritu de esta gente que se echa a cuestas el peso de mantener este pueblo vivo.
Tengo que seguir mi vuelo hacia el norte. Siento una pena al dejar este sitio y veo caras con el semblante triste. Caras que dicen que se quedan aquí mientras otros partimos. Caras que hacía mucho tiempo que no veía y caras que nunca había visto, aunque me recuerdan a otros lugares. Caras que han visto pasar el duro y largo invierno en estas cuatro casas. Caras que espero ver cuando vuelva, ahora que las flores despiertan y el sol comenzará a pintar de dorado estos infinitos campos.